Por el arquitecto Ricardo Cassina
Desde la historia antigua, las grandes y pequeñas ciudades han buscado tener sus «monumentos» como elementos de identificación y reconocimiento de sectores urbanos. Esto fue por siglos cuando el crecimiento urbano se desarrollaba con una cierta coherencia y naturalmente los espacios residuales abiertos eran a escala de los habitantes que transitaban o se reunían (calles, ágoras, plazas).
Esos «monumentos» en el Medioevo y Renacimiento respondían y representaban al poder de pocas familias, se materializaba en las torres que sus diferentes alturas indicaban el dominio de unas sobre otras, como en los magníficos ejemplos de San Gimignano y Bologna. Entre esas torres existía un diálogo y coherencia en su propuesta, materiales y construcción.
El poder de papas y cardenales con gran lucidez intelectual, poder religioso, político y económico llamaron a las más altas mentes desarrollando el Renacimiento y Barroco, pero con línea de continuidad e inmensa maestría sea en el monumento que el espacio urbano expandieron y transformaron la decante ciudad medieval en un organismo total de armonía y dialogo entre llenos y vacíos.

En el siglo pasado cuando la costumbre del orden y continuidad se altera y se inicia a sentir nostalgias de ese orden y continuidad, la transformación de las ciudades se acelera se pierde la tradición de los lenguajes espontáneos o individuales, entonces surgen los críticos fundamentalistas. Recuerdo en primer año de facultad un profesor, aunque reconociendo la validez del Guggenheim de NY, criticaba negativamente su ubicación por destruir la fuerte continuidad del bloque urbano, fui el único de la clase que me opuse a esa consideración expresando: que debía leerse como «monumento» para la ciudad y nueva identidad para el entorno……
Pasaron décadas y comenzaron a multiplicarse y sumarse los monumentos a tal escala que se perdió el significado de identificación y se creó un nuevo entorno con espacios residuales amorfos sin significado y sin la escala que hace agradable el caminar, estar y encontrarse. Esto se verifica en todas las ciudades del mundo. Desde Catalinas/Puerto Madero, damos la vuelta al mundo y llegamos a Milano donde está creciendo la torre en cuestión considerado centro de la ciudad en un gran espacio, que por la historia de esta llegó bastante libre hasta nuestros días.
Las actuales torres, una al lado de la otra, dado que no nacen como expresión de un pensamiento generalizado ni del territorio, son exclusivamente respuestas individuales de profesionistas para exaltar el propio individualismo y divismo, la exaltación del solo poder económico del grupo que lo comisiona. El resultado es un bosque de cosas uno diferente al otro que se agreden y entran en competencia enferma entre sí. Reflejan el individualismo y dominio, solo del poder económico, de la época que estamos viviendo, fin del siglo XX y comienzo del XXI.
Estas torres «lindas o feas» han creado una jungla que resulta desagradable caminar en ella y así se encuentra esta nueva torre, a tal punto de crear un artificio más intelectual que real, como ese gesto del «vuelo de la pollera» para crear y forzar una identificación del espacio urbano, porque un real y agradable residuo urbano no existe. El «genius loci» ha desaparecido donde se construye este carnaval de tótems.
Por eso: cada una de ellas puede ser más o menos interesante, mejor o peor resuelta, con algo o nada de sutileza, pero la tragedia es que son » cosas tiradas en grandes espacios» que generan lugares cotidianos sin alma…y por lo tanto sin deseos de vivirlos, solo pasar como curiosos para ver un muestrario de objetos. Se podría mucho continuar y tomar un ejemplo muy diferente que es NY, otra historia…….será para una próxima vez.