Por el Arq. Roberto Frangella
Esta jornada de la obra es de entusiasmo, alboroto y trabajo en equipo. La hormigonera estaciona y se prepara con su larga manguera. Los obreros entusiasmados, pala en mano o vibrador, calzados de botas desparraman el material que es como el derrame de una lava volcánica.
Paleadas, medidor del espesor, alisado con fratachos. Se diría toda una fiesta. El hormigón, noble como todos los materiales, muchas veces salva caprichos de los proyectos y no se lo trabaja con la limpieza de los materiales secos. Hay vigas que dan mucho trabajo en el llenado y el material se defiende de estos abusos dejando muchos nichos vacíos sin llenar.
Merece más respeto sin duda, y ni que decir de la instalación eléctrica, una telaraña de cañerías que no respetan ni vigas, ni espesores; siendo pisoteadas durante el llenado.
Toda esta manear «tan humana» de proceder, me hace pensar en cuánta falta de respeto hay en nuestro proceder diario. ¿Por qué pedir o exigir más de lo posible? Porque como las instalaciones eléctricas, tenemos conductas enredadas que de alguna manera ocultamos. Todas las instalaciones deberían ser a la vista, como todas nuestras motivaciones y conductas deberían estar claramente expuestas.
Construir con limpieza y sensatez es como un juego placentero de niños. Hacer parches para sostener caprichos es sucio, como es sucio no mirar de frente y no atreverse a decir “por este camino quiero ir con todo el empeño que me sea posible”.