Por Kevin Savelski, director de Grupo 8.66
El mercado inmobiliario de la Ciudad de Buenos Aires atraviesa una transformación profunda. Tras años de inestabilidad y decisiones marcadas por la urgencia o el precio como único factor, comienza a consolidarse una nueva lógica en torno a la vivienda. Ya no se trata solamente de cuánto cuesta una propiedad, sino de cuánto valor aporta a la vida de quien la habita y cómo ese valor se proyecta en el tiempo.
Esta evolución no es únicamente cuantitativa —no se refleja solo en una mayor actividad o volumen de operaciones— sino también cualitativa. El perfil del comprador ha cambiado. Se trata de un público más informado, más estratégico y exigente. Ya no acepta lo que se le ofrece sin más; compara, investiga, consulta y toma decisiones conscientes. En lugar de buscar la oportunidad más barata, prioriza propiedades que respondan a su estilo de vida actual y que tengan sentido a largo plazo.
En este contexto, la decisión de compra dejó de girar en torno a los metros cuadrados o a los amenities de catálogo. Hoy, entran en juego variables como la ubicación real, la calidad del diseño, la ejecución de obra, la trayectoria del desarrollador y la coherencia conceptual del proyecto. La vivienda ya no es vista solo como refugio o inversión especulativa, sino como una elección patrimonial, emocional y funcional.
El mercado también está experimentando un giro en la lógica de la inversión. Se abandona la mirada de corto plazo y gana terreno una visión de resguardo de valor. Las zonas consolidadas —como Caballito, entre otras— continúan captando interés, no por promesas grandilocuentes sino por su equilibrio entre conectividad, identidad barrial, calidad de vida y potencial de crecimiento sostenido. En estos entornos, se valoran especialmente los proyectos que logran aportar algo nuevo sin desentonar con la esencia del lugar.
Por otra parte, los desarrollos más apreciados no son necesariamente los más grandes ni los más llamativos, sino aquellos que comprenden cómo se vive hoy. Espacios flexibles, ambientes luminosos, amenities pensados para ser realmente utilizados y un diseño que no envejece con rapidez se posicionan como los nuevos diferenciales.
La vivienda, en este nuevo escenario, dejó de ser una respuesta automática a la necesidad. Se ha convertido en una decisión consciente, cargada de sentido y orientada a generar bienestar en el presente sin descuidar el valor futuro. El mercado ya no premia la improvisación ni el oportunismo. Premia las buenas decisiones: proyectos bien pensados, con visión a largo plazo, que entiendan a las personas y a la ciudad que habitan.