La historia de una serie de barrios obreros iniciados en plena dictadura nos muestra que otras prácticas son posibles, incluso en los contextos más adversos. En esta entrevista, el arquitecto y artista plástico Roberto Frangella relata una experiencia en la que pobladores, técnicos e Iglesia compartieron un proyecto conjunto de construcción material y política en el Conurbano.
Por Valeria Snitcofsky* / Publicada en Revista Cordón
Ilustraciones: Roberto Frangella
Roberto Frangella no tiene un currículum, sino dos, aunque sus trayectorias en el arte y la arquitectura estén unidas por la misma búsqueda estética y social. Parte de esa búsqueda tuvo que ver con su participación en una serie de cooperativas de autoconstrucción asistida, desarrolladas en distintas partes del Conurbano desde la última dictadura. Si bien su participación en estas experiencias comunitarias se inició en 1982, esta conversación con Cordón (medio donde se publicó originalmente) se abre con un momento sucedido poco después del golpe de 1976, en el barrio porteño de Belgrano:
-En este momento, nosotros estamos acá cerca de la Parroquia de San Patricio, donde durante la época de los militares tuvimos los cinco mártires palotinos, porque lo que ellos estaban tratando de vivir era una fe con compromiso, o sea: si vos tenés una creencia y esa creencia, que habla del bien común y de la fraternidad, no tiene una acción concreta, un correlato real en algo, es un poco la falsedad que vivimos todas las religiones del mundo. Ellos llevaron adelante una fe con obras. Hay un evangelio muy lindo que dice: “Muéstrame tus obras y creeré en tu fe”, y es así, tendría que ser así. Entonces, lo que estos curas decían son las cosas que, por ejemplo, dice ahora el Papa Francisco y en ese momento se veían como comunistas… bueno, hoy también, hay todo un sector muy de derecha de la Iglesia que no está de acuerdo con el Papa Francisco, que dice que no hay que mezclar la política con la religión y eso es imposible. La vida es una sola, la vida es una suma de situaciones y compromisos.
Al hablar de los mártires palotinos, Frangella se refiere a lo que sucedió durante la madrugada del 4 de julio de 1976, cuando un grupo de tareas ingresó por la fuerza a la Iglesia de San Patricio y ahí mismo asesinó a los sacerdotes Alfredo Leaden, Pedro Dufau y Alfredo Kelly, y a los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti. El hecho, conocido como la Masacre de San Patricio, dejó heridas profundas en una congregación que hoy se esfuerza por mantener viva la memoria de las víctimas en un mural, en el nombre de una calle cercana, en la alfombra ametrallada que hoy permanece guardada como reliquia. Sin embargo, y a pesar del terror, desde la Iglesia la comunidad se animó a comprometerse con algo nuevo, como recuerda Frangella:
-Uno de los que se salvó de la masacre estaba en Colombia haciendo un curso de teología, era Bob Killmeate. Él vino con toda la pasión y las ganas de seguir con todo lo que había asimilado, o sea, su sentido de ser cura, ser cura para qué. A pesar de que había mucha resistencia y que fue muy difícil, él logró armar una organización a modelo de lo que ya estaban haciendo algunos curas tercermundistas. Me acuerdo que lo acompañé y fuimos a ver a los padres Vernazza y Ricciardelli, que nos estuvieron contando, explicando cómo era. El asunto es que él rezaba la misa acá y entonces decía: “No puede ser que yo a la mañana rece la misa en San Patricio, donde hay recursos de todo tipo; de aquí podría haber un derrame de fraternidad, porque no es solo dinero, es compromiso, es tu cabeza, tu corazón”. Y a la tarde rezaba la misa en Santa Rosa, que está al lado de la villa de Villate, que es la villa gigantesca de Vicente López. Entonces él aquí implementó un grupo de técnicos, y allá entusiasmó de a poco a un grupo de pobladores. Encontró a un líder muy bueno, muy valioso, don Alfonso, y su señora doña Iris, que ayudaron a entusiasmar a otros.
Así fue cómo, uniendo voluntades, fue posible llevar adelante una cooperativa de autoconstrucción asistida, que luego se replicaría en otras partes del Conurbano. Frangella remarca que Killmeate usó todos los recursos a su alcance para que la unión de esas voluntades se plasmara en un proyecto concreto.
-Como además él estaba en la catequesis de los colegios de la zona, logró armar un compromiso de muchos padres, como una especie de Banco Hipotecario: todos los meses había una cantidad de hasta 300 personas que aportaban el equivalente de una bolsa de cemento, para que la obra tuviera un ritmo, porque si no, podía llevar años. Entonces él armó esas tres patas: el Banco Hipotecario, el equipo técnico y el grupo de pobladores, que se conformó en cooperativa de autoconstrucción y estableció su reglamento. Después se salió a buscar terrenos, porque había que conseguir tierra en el Conurbano. Los arquitectos hicimos lo nuestro y todo aceitado con un espíritu de que todo el mundo deponía sus saberes, sus privilegios, sus sitios conquistados y todos nos tratábamos de igual a igual, nos respetábamos. Se conversó con la gente, la gente hizo dibujos, hizo planos, contó cosas que deseaba conseguir con la vivienda… fue toda una experiencia muy linda donde también estaba el área de abogados, que ayudaron a conformar los contratos de los autoconstructores y su estatuto, el reglamento; el área contable; el área social, que salía hablar con los pobladores, porque todos los demás profesionales veníamos del corte de la actividad privada, de nuestro habitual modo de ejercer la profesión y tuvimos que desvestirnos de todo eso y volvernos a vestir de una visión distinta basada en el respeto, en la escucha, en la auténtica valoración del otro, en que la opinión o el saber del otro (porque había muchos albañiles) valía tanto como el saber de del intelectual que venía de la universidad. Así que toda esa experiencia fue más que enriquecedora y permitió que nos sintiéramos todos como hermanos, como amigos, y que estábamos todos embarcados en un proyecto que era más que la vivienda, era un proyecto como… de una célula social distinta.
En este relato, la referencia a los padres Jorge Vernazza y Rodolfo Ricciardelli tiene que ver con una experiencia previa, que había sido iniciada por el Equipo Pastoral de Villas como reacción ante la ordenanza de erradicación dictada por el gobierno dictatorial en julio de 1977, cuya implementación implicó que más de 200.000 personas fueran expulsadas de las villas de la Ciudad de Buenos Aires hacia el Conurbano bonaerense. Ante esta situación, para limitar al menos en parte los impactos dramáticos de los desalojos masivos, los sacerdotes, junto con pobladores y técnicos, impulsaron las primeras cooperativas de autoconstrucción asistida, haciendo posible contar con unas 1.300 nuevas viviendas. Las distintas cooperativas, a su vez, se nuclearon en torno a un Secretariado de Enlace de Comunidades Autogestionarias (Sedeca), encabezado por el Padre José María “Pichi” Meisegeier. Dice Frangella:
-Todo esto además tenía un paraguas muy grande, que era la organización del Padre Pichi, el Sedeca. Pichi tuvo la vocación, desde su sacerdocio, de crear este secretariado de enlace con la intención de crear vínculo, crear tejido: vincular pobladores con equipos técnicos para acompañar estos procesos, con recursos generosos de católicos europeos, él tenía contactos a través de la orden jesuita. Nosotros, como grupo técnico de la Asociación San Patricio, integrábamos el equipo de Sedeca, desde donde después asistimos la autoconstrucción de otros barrios.
Con la experiencia que lleva a cuestas, Frangella rescata el valor de estas prácticas que se replicaron para que muchas familias lograran tener su casa propia y, a la luz del déficit habitacional que persiste, entiende que dejaron un aprendizaje valioso que podría traerse al presente.
-Para mí, lo interesante de hacer valer hoy el sentido de la autoconstrucción es esto de lo formativo que tiene y que el sistema cooperativo es la estructura social más democrática y justa. No puede haber ahí líderes perversos y, si los hay, tienen corta vida porque quedan al descubierto y hay un grupo que tiene poder para quitarlos del lugar, porque todos tienen la palabra y tienen herramientas para hacer valer lo que piensan. Ahora estamos siempre atrás de nuevas tierras, pero el Conurbano se puso imposible, muy difícil. Si los gobiernos impulsaran una parte de sus planes de vivienda con este sistema de cooperativas, sería fantástico, pero tiene que ser un gobierno que tenga un auténtico sentido democrático y que quiera que la gente sea protagonista y crezca, no que la gente sea alguien a la que le das un caramelo para que se calle la boca y nada cambie.
*Valeria Snitcofsky es Profesora, Licenciada y Doctora en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Actualmente, se desempeña como Profesora Titular en la Maestría de Estudios Urbanos y de la Vivienda en América Latina y como Investigadora en CONICET. Junto con Eva Camelli y Adriana Massidda, coordinó y participó en la escritura del libro “Villas en Dictadura. Córdoba, Rosario y Buenos Aires”, que aborda su historia durante la dictadura cívico-militar que rigió en Argentina entre 1976 y 1983, y es autora del libro “Historia de las villas en la ciudad de Buenos Aires. De los orígenes hasta nuestros días”, publicado recientemente por Tejido Urbano y Bisman Ediciones.