Por Roberto Frangella, el arquitecto descalzo
Participando en una experiencia de autoconstrucción en el batallador conurbano bonaerense, conocí a fondo la línea de la injusticia que separa a un albañil de un arquitecto. Fue como si al contarnos nuestras historias nos aproximáramos a ese punto donde no se puede negar la injusta realidad de las diferencias. Y a partir de allí, de ese sitio de la sinceridad, comenzamos a construir una amistad de respeto profundo al ser humano, bajo cada rol asignado circunstancialmente en la vida. Amistad basada en la igualdad de cada existencia, sin privilegios ni diferencias, uniéndonos solo por los valores humanos de cada uno. Construyendo así un vínculo de fraternidad.
Este albañil nació en el monte formoseño; monte adentro en una comunidad Toba. A los ocho años recién calzó sus primeras alpargatas. Se asustó sobremanera cuando escuchó rugir el motor de un colectivo en la ruta. Con su mujer y los hijos vino a la Capital buscando un porvenir. Para sobrevivir aprendió el oficio y como es un hombre talentoso, con el tiempo lucho por el cooperativismo y hoy es un líder esclarecido y luchador. Este Arquitecto nació al mismo tiempo en una casa diseñada por el arquitecto Sacriste en una familia con recursos y toda la protección para que no le faltara nada. Colegios, universidad, títulos. Con su mujer y sus hijos siempre tuvo trabajo y posibilidades para seguir creciendo y conservando su sitio de un lado de la línea divisoria de las desigualdades. Pero ambos seres sintieron el mismo dolor de la injusticia. El albañil sintió el dolor de la falta de oportunidades, de las carencias para su familia, de la exclusión social de su categoría como hombre de segunda. Y el arquitecto, aunque tuvo todo a su alrededor, sintió un dolor parecido al comprobar que todas sus posibilidades no alcanzaban a todos por igual. Y fue allí, en esa línea que divide a los hombres en sus posibilidades de desarrollo, donde nos encontramos y pactamos luchar juntos.