Por la Arq. Bárbara Berson
La formación en la arquitectura es un proceso lento, necesita de paciencia y un alto grado de curiosidad. Este proceso a diferencia de otras profesiones se ejerce las veinticuatro horas del día. En un país con tantas carencias como el nuestro es necesario caminar con los pies bien afirmados sobre la tierra pero con la cabeza bien alta para poder observar la realidad con otra perspectiva. Este ser casi mitológico en que debemos transformarnos es aquel que además debe luchar contra una economía frágil e intermitente. Entonces nos preguntamos ¿Para qué, cómo y para quien enseñamos?
La facultad actúa en muchos casos como lo hacía el claustro original surgido en la Alta Edad Media (S. IX) siendo un espacio de pensamiento para la clausura e introspección, alejado de la realidad. Pero en otros casos la facultad actúa como motor para transformación de la realidad. El equilibrio entre estos dos polos es muy difícil de lograr. La abstracción nos permite observar la problemática desde otra óptica, alejarnos, hacernos preguntas para atravesar un complejo proceso hacia la obtención de una respuesta adecuada. Lo concreto nos enfrenta con la realidad y necesidades muchas veces urgentes y cotidianas.
Existe un gran porcentaje de conocimientos que se enseñan únicamente para la propia institución, girando siempre en círculo. Lo cual genera un choque muy fuerte con la realidad cuando lo estudiantes egresan. Otro tanto trabaja exclusivamente para la vida y las necesidades reales, atendiendo lo inmediato a través de procesos participativos que alimentan la dinámica del desarrollo proyectual pero en muchos casos con poco tiempo para la reflexión y debate repitiendo caminos ya recorridos.
En las aulas oímos a docentes y estudiantes hablar de las propiedades de un edificio pero pocas veces se menciona para quien está destinada la arquitectura que proyectamos. La búsqueda de ciudades y arquitecturas para la diversidad es otra preocupación a trabajar. Muchos de los ejemplos estudiados son pensados para un determinado sector y género de la sociedad.
Necesitamos reflexionar sobre una ciudad para gente diversa, con multiplicidad de orígenes preocupaciones e intereses. Donde no existan espacios con jerarquías, o géneros. Repensar las ciudades con igualdad de derechos para mujeres, niños y gente de la tercera edad. Humanizar el habitar es parte del debate que debemos llevar a los talleres.
Los problemas medioambientales son otros de los temas de interés en la formación. La salud de nuestro planeta está en jaque. Los recursos que creíamos eran capaces de regenerarse, hoy no lo están logrando a causa del nivel de consumo que estamos experimentando. ¿Se habla en las universidades sobre el territorio? ¿Cómo lo ocupamos? y ¿Cuál es la organización territorial necesaria para nuestro país? Son algunas de las preguntas necesarias. También las ciudades deben encontrar otros modos de gestionar el uso del suelo, los recursos naturales y la cadena de abastecimiento. Naturalizar nuestras urbes es una necesidad urgente, pensar la ciudad en función de sus cuencas y bordes naturales es inminente. Trabajar con vegetación nativa, mejorando nuestros ecosistemas, reprogramando la matriz invasiva existente. Es inconcebible que en la FADU UBA recién exista la materia de Proyecto Urbano en el último año de la carrera, siendo que se nos dá el título de urbanistas.
Las imágenes arquitectónicas globales nos invaden como una tormenta imparable, asechándonos con el peligro de la confusión. Fácilmente podemos caer en manos de las acciones irreflexivas, lo cual sería terrible. Vemos nacer día tras día en universidades y ciudades, edificios a modo de injertos que nada tienen que ver con el clima, las tradiciones, la cultura, el paisaje. El estudio de la sabiduría en las arquitecturas vernáculas no se encuentra contemplado en la currícula. Los conocimientos, materiales y técnicas locales son reemplazados por espejismos que nos vienen dados de sitios y culturas lejanas. La necesidad de transmitir un aprendizaje, lento, sin fecha de caducidad. Promover en nuestros/as estudiantes la observación como herramientas clave para alimentar la confianza y autoestima adquirida en el descubrimiento, es a través de nuestra experiencia profesional y docente que los ayudará a encontrar un camino propio, sin ataduras.
Gran parte de los trabajos realizados en la facultad tienen que ver con modelos de especulación inmobiliaria y consumo, siendo un fiel reflejo de la falta de continuidad que existe hace años en políticas públicas que apoyen la generación de viviendas sociales de alta calidad e instituciones que cobijen las necesidades de la ciudadanía. Estas prácticas nos corren del foco de lo que realmente espera la sociedad de nuestra profesión. Podemos observar que esta práctica comienza en la universidad y termina acompañando luego la práctica profesional. Nuestros esfuerzos y tareas quedan a merced del mejor postor, banalizando nuestro rol en la sociedad. El caso del Conjunto los Andes desarrollado por el arquitecto Beretervide es uno de los escasos ejemplos de buenas prácticas arquitectónicas de nuestro país de vivienda colectiva. Lo que demuestra que la vivienda de interés social y la buena arquitectura puede ser una muy buena inversión. Hoy en día existe lista de espera para comprar un departamento y su valor es mayor que un edificio a estrenar en la vereda de en frente. La calidad del conjunto en sus espacios exteriores y de encuentro pone en valor la “arquitectura de las relaciones” por sobre cualquier otra preocupación. En pandemia sus espacios colectivos proyectados hace casi cien años son un ejemplo de arquitecturas sin fecha de vencimiento.
El covid 19 abrió un paraguas de temas insospechados. Entre ellos la educación virtual fue un salvavidas para un año que parecía estar perdido. A través de esta descubrimos que podíamos dar y tomar clases desde nuestro lugar de origen sin necesidad de tener que trasladarnos a las grandes ciudades. Las universidades pueden tener la capacidad de atomizarse. Lo cual genera un repertorio de novedosas oportunidades. El taller se reinventó, tuvimos la capacidad de adaptarnos. Un nuevo capítulo en la dicotomía entre lo digital y manual se abrió en esta época. Surgieron nuevas herramientas que nos permitieron acercarnos, pero nos hizo dependientes de la conectividad y la tecnología, generando nuevas barreras. El proceso proyectual, también sufrió cambios. El 2020 fue complejo y distinto en materia de formación. El balance lo sabremos con mayor distancia en unos años.
Lo que si podemos tener claro es que la docencia es un privilegio, que nos mantiene en permanente cuestionamiento de nuestros saberes, de aprendizaje constante, que necesita de una gran flexibilidad, adaptación y por último que no existimos sin nuestros/as estudiantes.
Autora: Bárbara Berson, Arquitecta FADU UBA, Consejera CPAU, Directora Revista Notas CPAU, JTP Arquitectura 3 Taller Roca – Sardin FADU UBA. Jurado de Arquitectura SCA. Miembro del Comité de la Bienal de Buenos Aires. Beca a la Creación del FNA para el estudio de Arquitecturas vernáculas locales.