Por el Arq. Roberto Frangella
Hace más de 40 años era una arquitecto joven y vanidoso. Habiendo ganado el concurso del hospital de la Matanza contaba con esta soberbia y un honorario como para construir el hogar de mi incipiente familia, por lo que cuando adquirí una hermosa casa chorizo, no dudé en demolerla para edificar un proyecto de vanguardia acorde a mis ínfulas en ascenso.
Mi madre se desesperó porque yo desestimaría un sitio de patios con galería y malvones y es el día de hoy que no me consuelo por aquella demolición. Fiel a mis mandatos, levanté una casa polémica en algunos aspectos, interesante en otros. Polémica para el barrio muy tradicional de techos de tejas e interesante en la propuesta de una arquitectura absolutamente en seco. Interesante, pues creo que la construcción en seco es el futuro parar solucionar el tan olvidado déficit habitacional.
La casa es un solo ambiente con entrepiso de dormitorios que balconea dentro de una envolvente de madera interior y chapa lisa al exterior. Una continuidad de techos y fachadas.
El barrio la rechazó de plano hasta que mis hijitos tricicleando por la vereda, demostraron que no era una familia de locos. Vivimos allí unos años hasta que el número de hijos desbordaba el interior y fuimos muy felices, pues la casa con el taller de Renee eran espacios de alegría.
La compró otra familia joven que la habitó casi 40 años conservándola en su propuesta, sus características y sus colores primarios. Recientemente la compró mi hijo Nicolás, quien la modernizó en tecnología y servicios, respetando todos los criterios de origen, en especial todas las instalaciones nuevas a la vista como las originales.
Puesta a punto en todos sus valores luce hoy como ayer a todo color y, habiendo estado nuevamente en ella repetidas veces, no puedo ser ajeno a la nostalgia y rescatar lo mejor de esta obra y empeño de mi juventud, aceptando que siempre damos un paso para atrás y otro para adelante.